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El lobo y la grulla

El lobo y la grulla. Adaptación de la fábula de Esopo

Bribón era un lobo gris que habitaba en la pradera más grande y soleada del valle. Los miembros de su manada le consideraban el más rápido, fuerte y astuto; por eso, en cuanto llegó a la edad adulta, todos estuvieron de acuerdo en que merecía ser el líder.

Bribón aceptó el cargo encantado y, automáticamente, se convirtió en el responsable de organizar las tareas diarias del grupo. Cada mañana elegía a tres compañeros para que salieran a cazar. Después, nombraba a cuatro encargados de vigilar el territorio; por experiencia sabía que, en cualquier momento, podía atacarles un animal más grande o, peor aún, un humano lleno de malas intenciones y cargado con una escopeta. Además, se ocupaba de dirigir el reparto de alimentos, de vigilar que las zonas comunes estuvieran siempre limpias y de que reinara la paz en la comunidad.
Bribón desempeñaba sus funciones de manera brillante. Era un lobo muy capaz y tan seguro de sí mismo que pensaba que tenía todo bajo control. Pero sucedió que, una tarde, mientras devoraba un gran pedazo de carne, se atragantó con un hueso pequeño y afilado. Intentando mantener la calma metió una de sus patas delanteras en la boca para engancharlo con las garras. Por desgracia, el hueso estaba clavado al fondo de la garganta y no consiguió llegar hasta él. Agobiado, masticó un poco de hierba fresca para ver si así podía tragarlo, pero también fue inútil. Tosió, saltó, agitó la cabeza… ¡Nada funcionaba!

Desesperado, comenzó a gritar.

  • ¡Socorro! ¡Socorro!

La mayoría de sus amigos estaba durmiendo y, como era un peligroso lobo, ningún animal de otra especie, ya fuera conejo, perdiz o culebra, se atrevía a acudir en su ayuda.

  • ¡Auxilio! ¿Es que no va a venir nadie?

La situación comenzaba a ser crítica. Cada segundo que pasaba, Bribón perdía fuerzas y se sentía más mareado. Ya casi no podía respirar.

  • ¡Me ahogo!

El lobo empezó a ver borroso y se desplomó en el suelo plenamente consciente de que estaba a punto de perder la vida y no podía hacer nada para evitarlo. Boca arriba, mirando al cielo, susurró unas palabras de despedida.

  • Adiós, mundo. Me voy para siempre.

Justo en ese instante, cuando ya había dejado de luchar, notó que alguien se le acercaba. Era una esbelta grulla, una de las muchas que vivían en el pantano.

  • ¡Hola, amigo! Me llamo Tuca. ¿Qué te pasa?

A Bribón casi no le quedaba aire en los pulmones.

  • Me muero… un hueso… me asfixia.  Ayúdame y te recompensaré.
  • ¡Está bien! Tranquilo. Sé lo que tengo que hacer.

De un brinco, la atrevida grulla Tuca se subió sobre él, estiró el cuello y metió su cabeza en la boca del lobo. Gracias a su larguísimo pico, le resultó fácil localizar el hueso y extraerlo con la precisión de una cirujana.

  • ¡Listo, amigo!

Bribón abrió los ojos de par en par, respiró una enorme bocanada de aire fresco y, poco a poco, comenzó a respirar con normalidad. Su corazón volvió a latir de forma acompasada, su pulso se reguló y el color regresó a sus mejillas. Minutos después estaba completamente recuperado.

Tuca se sintió muy satisfecha consigo misma. Para un ave tan frágil acercarse a un lobo era un acto casi heroico.

  • Bueno, lobo, dime: ¿cuál es la recompensa que me has prometido?

Bribón soltó una carcajada burlona.

  • ¿¡Me lo preguntas en serio!? Tu recompensa es estar sana y salva después de haber metido la cabeza entre mis colmillos. ¡No olvides que soy un lobo!

La grulla se quedó desconcertada.

  • Pero tú me dijiste…
  • ¡No hay pero que valga! Deberías estar feliz por seguir con vida. ¡Me largo antes de que me arrepienta!

Sin ni siquiera darle las gracias, Bribón se dio media vuelta y, olfateando el aire, se fue en busca de su manada.

Lo que sucedió esa tarde no cambió a Bribón. Para sus compañeros siguió siendo un líder, un lobo ejemplar, el mejor jefe que habían tenido nunca. En cambio, para la grulla, siempre sería un mentiroso, un arrogante y un desagradecido. Jamás volvería a confiar en él.

Moraleja: Ten cuidado en quién depositas tu confianza. Si sospechas que alguien te puede traicionar, mantente alejado y no corras riesgos.