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El dedo

El dedo. Adaptación del cuento de Feng Meng – Lung

 El joven Yan nunca había salido de su pequeño pueblo de China. Desde que tenía memoria, su vida era muy difícil y jamás había tenido esa oportunidad. A sus veinticinco años recién cumplidos estaba solo y era tan pobre que ni siquiera podía soñar con visitar la gran ciudad al otro lado de las montañas.

Yan, sin familia ni trabajo, pasaba las horas deambulando por las callejuelas y pidiendo limosna a los vecinos. Tenía suerte cuando le daban un huevo cocido, un pedazo de pan o un puñado de nueces porque, con esa pequeña cantidad de comida, lograba engañar al estómago y sobrevivir un día más. Nada más ponerse el sol regresaba a su destartalada cabaña del bosque, se acostaba sobre un lecho de paja y se cubría con una manta vieja, maloliente y llena de agujeros. Sumido en la oscuridad, todos los días se lamentaba de su mala fortuna hasta que el sueño le vencía y se quedaba profundamente dormido.

Así era su miserable existencia hasta que una mañana de primavera, caminando por una senda, se topó por casualidad con un amigo de la infancia.

  • ¡Hola, Mao! ¡Qué gusto encontrarte después de tantos años!

A Mao le impresionó ver a Yan sucio y cubierto de harapos.

  • ¡Yan! Si no fuera por la voz, no te habría reconocido. Pero, ¿qué te ha pasado?

Mao vestía un precioso abrigo rojo bordado con hilo de plata y desprendía un suave olor a perfume de jazmín. Yan no pudo evitar sentirse avergonzado.

  • Las cosas me van fatal. En mi vida solo hay desesperanza, frustración y penurias.

Mao se sintió terriblemente apenado por Yan.

  • ¡Lo siento muchísimo! Hace una década que no vivo en el pueblo y desconocía tu situación.

Yan tragó saliva y apretó los dientes para no llorar.

  • Bueno, ¿y tú qué tal? ¡Vas más elegante que un príncipe!

Mao admitió que su vida era maravillosa.

  • Sí, Yan, así es. Estoy casado con una mujer a la que adoro y tengo tres hijos de los que me siento muy orgulloso. Mis negocios van muy bien y, gracias a eso, puedo viajar y disfrutar de la vida.
  • ¡Eso es fantástico! Me alegro mucho por ti.

Entonces, Mao tomó entre sus blancas manos las sucias manos de Yan.

  • Eres mi amigo de la infancia y quiero contarte algo, un secreto que nunca he revelado a nadie. En uno de mis largos y exóticos viajes por Asia conocí a un mago que me concedió un don, un poder sobrenatural casi ilimitado.

Yan abrió los ojos, asombrado.

  • ¿Un don?

Mao levantó el dedo índice derecho.

  • El mago convirtió este dedo en un dedo mágico. ¿Y sabes una cosa? ¡Voy a utilizarlo para ayudarte!

Mao miró a su alrededor. En el suelo, había una piedra del tamaño de una mandarina.

  • ¡Esta piedra servirá!

Mao la cogió y se la dio a Yan. Después, cerró los ojos y la tocó con su dedo mágico. Automáticamente, la piedra áspera y gris se volvió de oro macizo y empezó a relucir como un sol.

  • Es para ti, amigo. Creo que con esto se solucionarán muchos de tus problemas.

Pero el muchacho, en vez de saltar de alegría y mostrarse agradecido, la miró con bastante desprecio.

  • Si vendo este oro podré arreglar mi casa y comprar víveres para el invierno, pero no será suficiente para salir de la pobreza.

Mao no se esperaba esa reacción.

  • ¡Oh, vaya! Veré qué puedo hacer.

Desconcertado, buscó un objeto más grande. No tardó en encontrar una antigua estatua de piedra tirada entre la maleza. Tenía forma de león y el tamaño de un gato.

  • ¿Quién habrá abandonado esta obra de arte tan bonita?

Estaba medio enterrada, pero consiguió levantarla y ponerla a los pies de Yan.

Seguidamente, posó su dedo índice en el hocico y la convirtió en un león de oro macizo.

  • Este león de oro es veinte veces más grande que la piedra. Te darán mucho dinero por él.

Por increíble que parezca, Yan frunció el ceño, mostrando otra vez su decepción.

  • Siento decirte que me sigue pareciendo insuficiente.

Mao no salía de su asombro. ¿Cómo era posible que su amigo, más pobre que las ratas, se sintiera insatisfecho después de recibir tanta riqueza?

  • No te entiendo, Yan. ¡Acabo de regalarte kilos y kilos de oro! ¿Qué más quieres?

Entonces Yan, mostrando una increíble avaricia, respondió:

  • ¿Acaso no lo imaginas, amigo? ¡Quiero tu dedo!

Las palabras de Yan indignaron a Mao, que se puso furioso.

  • ¡Debería darte vergüenza! Intento ayudarte a tener una nueva vida y no haces más que quejarte. ¡Estás convirtiendo tu necesidad en avaricia!

La reprimenda surtió efecto porque Yan se dio cuenta de su error.

  • ¡Oh, perdóname, querido Mao! ¡He sido un auténtico cretino! Tienes toda la razón: lo que me das es más que suficiente para salir adelante. Mandaré construir una casa con jardín, montaré mi propia panadería y, en vacaciones, viajaré por el país como siempre he soñado. ¡Te estoy infinitamente agradecido!

Mao se tranquilizó al ver que Yan entraba en razón.

  • Si actúas con cabeza, jamás volverá a faltarte nada y vivirás rodeado de comodidades. Podrás tomar las riendas de tu vida y ser feliz.

Yan abrazó a Mao. Su amigo acababa de regalarle la oportunidad de transformar su vida. A partir de ahora, de él dependía hacer un buen uso de la riqueza y dar sentido a su vida para encontrar la felicidad.