Ernestus, el robot filosófico
Cuento Ernestus, el robot filosófico.
Esta historia viene de un país lejano, más allá e la Galaxia Centuria Laudi 489, pasando por el cinturón de Orión, incluso más lejos del mar de asteroides de plata, en la inmensa oscuridad de la garganta del cráter Mobidub74, había una civilización ancestral que habitaba esas tierras desde los orígenes del universo. Su era nombre Modernia.
Allí había muy buenos artesanos, expertos en la fabricación de magníficas baterías llenas de energía.Todo transcurría sin problemas en Modernia, todos los días los artesanos se levantaban, construían nuevas baterías y todas las noches las colocaban con orgullo en sus tiendas.
Un día, sin embargo, surgió un problema: los habitantes tenían tantas baterías que ni siquiera sabían dónde ponerlas… ¡los almacenes estaban llenos y, lo que es más triste, no había nadie con quien compartir toda esa energía!
Pensaron y repensaron, finalmente tuvieron una gran idea: ¡construir robots para usar esas baterías!
En poco tiempo, robots de todo tipo y carácter comenzaron a vagar por Modernia: había robots larguiruchos llenos de muelles, pequeños robots regordetes con muchas luces, rebots de varias manos, otros tenían dos cabezas, algunos andaban muy deprisa, otros volaban…
Más que nada en el mundo, a los robots les encantaban las baterías eléctricas, sobretodo las que se fabricaban en Modernia. Les daba la fuerza para caminar, hablar y pensar, en resumen, les dieron la energía para vivir. Para los robots, nada era mejor que una batería nueva, porque cuanto más nueva era la batería, más energía podían recibir. Era como la comida para los humanos.
Los artesanos, que respetaban y querían mucho a sus amigos robots, siempre trataron de mejorar la calidad de las baterías que fabricaban, convencidos de que apreciaban esa atención y que de alguna manera los robots algún día se la devolverían.
Pero, en realidad, los robots sólo estaban allí porque necesitaban las baterías para vivir, les daba igual dónde o cómo conseguirlas….
Las baterías, almacenadas en los depósitos, estaban disponibles para todos los robots que pudieran recogerlas por sí mismos. Los robots sólo necesitaban una batería para vivir, y si se pasaban de glotones y trataban de conectarse a dos, podían estropearse y fundirse los plomos. Por eso había un gran letrero en la pared del almacén que decía: «¡No te pongas más de una! ¡Podrías hacerte daño!».
Un robot llamado «Notesacias» fue una vez al depósito debido a su incapacidad para conformarse con las baterías que usaba. Había leído esa advertencia muchas veces pero, desde hacía algún tiempo, había empezado a pensar que los artesanos tenían que ser algo tacaños y que, sólo por esta razón, no permitían que los robots llevaran más de una batería. Ese día había decidido no obedecer más la señal: así que miró a su alrededor y cuando nadie lo vio, cogió dos baterías, las instaló y… ¡PUM! ¡Todos los circuitos se fundieron!
Cuando los otros robots encontraron a su compañero en ese estado, inmediatamente comenzaron a rebelarse: «¡Los artesanos lo hicieron a propósito! ¡Le dieron una batería en mal estado!
Sólo un robot, llamado «Ernestus», defendió a los habitantes de la ciudad: «Ellos no son los culpables, el culpable fue el robot Notesacias que se colocó dos baterías y ahora tendrá que ir al mecánico a que le arreglen por completo.
Pero aunque Ernestus tenía razón, la gran mayoría de robots estaba enfadada y no era capaz de entrar en razón. Sus discos duros estaban echando chispas.
Después de este acontecimiento, la vida de los habitantes de la ciudad cambió rápidamente. Los robots se volvieron antipáticos y maleducados y los artesanos sufrían de ese comportamiento injusto. Los robots les decían: «¡Fuera de la ciudad, eres un inútil! ¡No te necesitamos!».
Sus cerebros de tostadora no entendían que sin el trabajo de los artesanos, ninguno de los robots habría sobrevivido todo este tiempo. No se daban cuenta de que sus baterías eran hechas por las manos de esos hombres bajitos de barbas blanca y esas mujeres de estrafalarios peinados.
Ernestus, que era sin duda el robot más inteligente y bueno de la galaxia, siempre pensaba ayudar a los demás, sin importar si eran humanos o robots. Así que encontró una solución para evitar que los malos humos de los robots hicieran daño a los artesanos.
Como era un robot filosófico, encontró las palabras perfectas para convencer a las dos partes.
Les propuso a los artesanos irse a otro lugar, para demostrar a los robots que les necesitaban. Para ello, llenaron todas las baterías que había en Modernia en un almacén, y sobre ese almacén pusieron un gran faro de rayos láser. Si en algún momento, los robots querían que los artesanos volvieran a la ciudad, solo bastaría con encender aquella luz.
Los artesanos entendieron perfectamente el plan de Ernestus, se montaron en sus motos espaciales…
Y se fueron…
Al ver desaparecer en el infinito horizonte del Universo a los artesanos, los robots estallaron de júbilo. Pensaron que tenían razón, ya que ellos habían ganado la discusión, y que por pegar gritos y hacerse las víctimas de los artesanos, estos habían sido vencidos y ahora todo Modernia era suyo, repleto de jugosas baterías, sin reglas estúpidas de cuántas se podían un robot conectar.
Todo parecía salir victorioso para los robots, mientras tanto, Ernestus aguardaba en lo alto de la torre de luz, sobre el almacén de baterías.
Allí pudo ver cómo poco a poco las despensas se iban agotando, y el almacén cada vez estaba más vacío.
Pasaron los años, en los que Ernestus se dedicó a reparar a los robots que quedaban dañados por tratar de conectarse varias baterías. Mientras tanto, el resto de la población robótica seguía disfrutando de su triunfo sobro los artesanos, creían que todo este tiempo sin necesitarles, afianzaba más todavía, que ellos tenían razón.
Además, pensaban que el incidente que sufrió Notesacias era evidentemente causado por los artesanos, porque…
¿Cómo era posible que ningún otro robot hubiera sufrido otro percance similar?
La respuesta, era sencilla. Ernestus se encargaba de recoger a los robots cuando por avaricia, se fundían los circuitos al conectarse varias baterías. Después los reparaba en lo alto de su torre de luz, les explicaba que había sucedido y ellos entendían que estaban enormemente equivocados.
Como Ernestus era muy sabio y paciente, les convencía para que se quedaran en la torre con ellos, que no volvieran a salir de ella y que esperaran pacientemente junto a él.
Así fueron pasando los días, los meses, los años. Llegó un momento en que casi había la misma cantidad de robots en Modernia que en la torre de Ernestus.
Y por fin, la última batería se agotó… El almacén había quedado vacío.
Fue entonces cuando cundió el pánico entre los habitantes robóticos de Modernia, que comenzaron a gritar y a corres despavoridos por todo el país «¿Qué hacemos ahora?» «No quedan baterías»
Con ello, lo que consiguieron fue agotar la energía que les quedaba y uno a uno se fueron apagando todos los robots de Modernia, para siempre…
¿Todos?
No, Ernestus y sus aliados, aguardaban este día escondidos en su torre de luz.
Uno a uno, fueron conectándose a los enchufes de la torre, para así poder cargar la batería central del foco. Pasadas unas horas, el rayo láser atravesaba la galaxia en busca de los Artesanos nómadas que habían estado vagando con sus motos por todo el Universo desde entonces.
Cuando vieron a lo lejos el destello de luz, no tuvieron que mediar palabra entre ellos. Todos comprendieron que el plan de Ernestus había funcionado a la perfección y volvieron corriendo a Modernia.
Al llegar, el panorama era desolador, cientos y cientos de robots sin batería, tirados por la calle.
Poco a poco, los robots que se habían quedado con Ernestus, los artesanos y el propio Ernestus, recargaron las baterías de todos los habitantes de Modernia… Que entonces comprendieron lo que Ernestus les quería decir hacía tiempo atrás.
Todos entendieron que los artesanos eran inocentes, y que demás eran los que les permitían seguir viviendo en Modernia. Los robots juraron lealtad y amistad a los artesanos de por vida y desde entonces, reina la paz y la armonía en aquel remoto país, que desde ese día, cambió su nombre por el de «Ernestus» en honor al sabio robot filosófico que les cambió la vida.