














En cierta ocasión, un tigre se paseaba por los bosques de China. Estaba muy hambriento porque en las últimas horas no había conseguido ninguna presa que llevarse a la boca.
Cuando ya había perdido toda esperanza, algo se movió entre la maleza. Para su sorpresa, descubrió que era un pequeño zorro que estaba de espaldas, totalmente ajeno al peligro. Se acercó sigilosamente, calculó la distancia de salto, y se lanzó de manera precisa sobre el despistado animal.
El pobre zorro no tenía escapatoria posible. Sentía las fauces del enorme tigre apretándole la piel del cuello y casi no podía respirar. Sólo tenía una pequeña posibilidad de salvación: echar mano de su imaginación y, sobre todo, de su astucia.
Sin pensárselo dos veces, le dijo al tigre:
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