Las ranas contra el sol
Cuento Las ranas contra el sol: adaptación de la fábula de Fedro.
Hace millones y millones de años, cuando el mundo comenzaba a ser como hoy lo conocemos, el sol se aburría soberanamente.
Hay que tener en cuenta que por aquel entonces era un astro muy joven y en plenas facultades físicas, por lo que las horas allá arriba se le hacían eternas ¡Estaba más que harto de vivir solo y sin poder hacer nada divertido! Pero sobre todas las cosas, lo que más añoraba era vivir un gran amor y compartir su vida con alguien que le quisiera.
Un día se armó de valor y tomó una decisión muy importante: se casaría cuanto antes con una hermosa y reluciente estrellita del cielo.
El rumor de la futura boda se extendió por todo el universo y cómo no, llegó a la tierra.
¡Menudo revuelo se formó en nuestro planeta! Todos los animales se alegraron mucho al saber que el sol se había comprometido y le desearon toda la felicidad del mundo, pero hubo una excepción: las ranas moteadas que vivían en una pequeña charca se pusieron a gritar con espanto nada más escuchar la noticia.
La más pequeña de todas, exclamó:
– ¡Oh, no, eso no puede ser! ¡No podemos consentirlo!
La que estaba a su lado también dijo horrorizada:
– ¡Esa boda no puede celebrarse! ¡Tenemos que impedirla como sea!
Una tras otra fueron expresando su malestar hasta que la más anciana de las ranas sentenció:
– Se trata de un tema peliagudo que hay que resolver. Vamos a hablar con el dios Júpiter y que sea él quien ponga fin a esta barbaridad.
Dando brincos se dirigieron al hogar donde vivía el gran dios, que como siempre, las recibió con los brazos abiertos.
– Veo que venís muy alborotadas y nerviosas ¿Queréis explicarme con tranquilidad qué sucede? ¡Supongo que será algo importante para presentaros en mi casa a la hora de cenar dando alaridos como si os estuvieran pisando las ancas!
La vieja rana se adelantó unos pasos y habló con claridad.
– ¡Señor, es que acabamos de enterarnos de que el sol va a casarse dentro de poco!
– Cierto, así es… ¿Algún problema?
– ¡Pues que eso no puede ser!
– ¿Por qué no? El sol está en edad de casarse y tener pareja ¡Se merece ser feliz igual que los demás!
La rana explicó la razón de su oposición.
– Verá, señor, todos le deseamos lo mejor a nuestro querido sol, pero usted sabe que durante los meses de verano sus rayos son abrasadores y eso provoca que muchos ríos y lagos se sequen.
– Bueno, eso ya sabes que son pequeños daños colaterales… ¡El verano es así!
– Ya, pero todos los años durante esa época gran parte del planeta se convierte en puro desierto y los animales no encuentran agua para beber y refrescarse.
– No te entiendo, rana. El cometido del sol es dar luz y calor… ¡Solo cumple con su trabajo!
– Sí, sí, pero ¿no cree que con un sol es suficiente? Si se casa tendrá hijos que crecerán y serán tan grandes como él ¿Se imagina que hubiera varios soles? ¡La tierra no soportaría tanta luz ni tanto calor y acabaríamos todos secos como pasas!
Júpiter cayó en la cuenta de que el verdadero temor de la rana era que el sol tuviera hijos y entendió su preocupación.
– Querida rana, tienes toda la razón, solo puede haber un sol. Tranquila, hablaré con él y pondré fin a este problema.
En cuanto se fueron las ranas, Júpiter mandó llamar al gran astro para explicarle la situación. El pobre sol lloró desconsoladamente al saber que no podría casarse jamás, pero comprendió que era por el bien de millones de plantas y animales que vivían en el hermoso planeta azul.
– La Tierra está llena de maravillosos seres vivos que existen gracias a mí ¡Jamás permitiría que nada malo les sucediera! Tiene mi palabra de que nunca me casaré ni tendré hijos.
Han pasado millones de años desde que sucedió esta curiosa historia y como tú mismo puedes comprobar, el sol sigue brillando sobre nuestras cabezas y envejeciendo en soledad.
Moraleja: A veces tomamos decisiones o hacemos cosas que pueden perjudicar a la gente que nos rodea. Ten siempre en cuenta que no estás solo en el mundo y que hay que pensar bien antes de actuar.