
















Hace millones y millones de años, cuando el mundo comenzaba a ser como hoy lo conocemos, el sol se aburría soberanamente.
Hay que tener en cuenta que por aquel entonces era un astro muy joven y en plenas facultades físicas, por lo que las horas allá arriba se le hacían eternas ¡Estaba más que harto de vivir solo y sin poder hacer nada divertido! Pero sobre todas las cosas, lo que más añoraba era vivir un gran amor y compartir su vida con alguien que le quisiera.
Un día se armó de valor y tomó una decisión muy importante: se casaría cuanto antes con una hermosa y reluciente estrellita del cielo.
El rumor de la futura boda se extendió por todo el universo y cómo no, llegó a la tierra.
¡Menudo revuelo se formó en nuestro planeta! Todos los animales se alegraron mucho al saber que el sol se había comprometido y le desearon toda la felicidad del mundo, pero hubo una excepción: las ranas moteadas que vivían en una pequeña charca se pusieron a gritar con espanto nada más escuchar la noticia.
La más pequeña de todas, exclamó:
– ¡Oh, no, eso no puede ser! ¡No podemos consentirlo!
La que estaba a su lado también dijo horrorizada:
– ¡Esa boda no puede celebrarse! ¡Tenemos que impedirla como sea!
Una tras otra fueron expresando su malestar hasta que la más anciana de las ranas sentenció:
– Se trata de un tema peliagudo que hay que resolver. Vamos a hablar con el dios Júpiter y que sea él quien ponga fin a esta barbaridad.
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