La zorra y el perro pastor
La zorra y el perro pastor. Adaptación de la fábula de Esopo.
Érase una vez un perro bueno y fiel como ninguno. Rex, que así se llamaba el animal, ayudaba a su dueño, que era pastor, en la complicada tarea diaria de guiar al rebaño hasta un lugar, alejado de la granja, donde crecía el pasto más verde, fresco y apetecible. Allí, en el prado, las ovejas se sentían felices y despreocupadas. Su única ocupación era respirar aire puro, mascar deliciosos brotes de hierba y beber en el arroyo.
Mientras tanto, el perro y el amo se sentaban a la sombra de un árbol y almorzaban juntos. A Rex le hacía mucha gracia ver cómo, nada más terminar de comer, el hombre comenzaba a bostezar y cerraba los ojos hasta que se quedaba profundamente dormido. Empezaba entonces un variado muestrario de ronquidos y soplidos que solía durar entre sesenta y noventa minutos.
Durante ese rato, Rex era consciente de que toda la responsabilidad de cuidar al rebaño recaía sobre él. Por esa razón, se situaba en el lugar de mayor visibilidad y cumplía con su deber: vigilar a las ovejas y hacer recuento cada poco tiempo para asegurarse de que ninguna se había extraviado.
Sucedió que, una tarde, mientras el pastor dormía la siesta, las apacibles ovejas empezaron a chillar. Rex se puso firme, olfateó el aire, y rápidamente detectó el problema: una zorra se había colado en el grupo y se acercaba sigilosamente a un indefenso corderito. Sin perder tiempo, el perro empezó a correr y a ladrar como un loco. ¡Tenía que actuar antes de que la intrusa pusiera sus garras sobre el chiquitín! Por fortuna, tardó menos de siete segundos en plantarse frente a la zorra.
– ¡Eh, tú! ¿Se puede saber qué haces?
La zorra estaba acariciando la cabeza del borrego con una sonrisa más que maliciosa.
– ¿Yo? Como ves, nada malo.
Rex gruñó, muy enfadado.
– ¡A otro con ese cuento! ¡Confiesa tus intenciones!
La zorra, que era más falsa que una naranja cuadrada, consiguió mantener la calma y fingir naturalidad:
– Solo estoy mimando un poco a este pequeñajo. ¡Es tan lindo!
Obviamente, el perro no se tragó la mentira. Si alguien tenía instinto para detectar embusteros, era él.
– Sí, claro, ¡y yo voy y me lo creo!
La asaltante de rebaños puso cara de no haber roto nunca un plato y suavizó aún más la voz para parecer inofensiva.
– Te estoy diciendo la verdad, amigo. ¡No hay nada malo en repartir cariño!
Pero la estratagema de la zorra cayó en saco roto porque el avispado Rex notó que, mientras hablaba, un hilo de baba asomaba por su hocico. ¡Era evidente que se le estaba haciendo la boca agua solo de pensar en el suculento y tierno corderito!
– ¿Cariño? ¡Cariño el que te voy a dar yo a ti si no te largas!
La zorra puso cara de ofendida.
– ¡Me parece fatal que desconfíes de mí!
Harto de tonterías, Rex mostró sus afilados colmillos y sacó a relucir toda su fiereza.
– ¡Fuera! ¡Desaparece de mi vista si no quieres que te hinque los dientes en el trasero!
Ahora sí, la zorra se tomó en serio la amenaza y, cabizbaja, se alejó con el rabo entre las piernas. Jamás volvió a molestar a Rex y su rebaño.
Moraleja: El plan de la zorra fracasó estrepitosamente gracias a la inteligencia y sagacidad de Rex. Lo mejor es decir siempre la verdad pues, antes o después, nuestros hechos nos delatan y las mentiras se acaban descubriendo.