












Había una vez un burro que se encontraba en el campo feliz, comiendo hierba a sus anchas y paseando
tranquilamente bajo el cálido sol de primavera. De repente, le pareció ver que había un lobo escondido entre los matorrales con cara de malas intenciones.
¡Seguro que iba a por él! ¡Tenía que escapar! El pobre borrico sabía que tenía pocas posibilidades de huir. No había lugar donde esconderse y si echaba a correr, el lobo que era más rápido le atraparía. Tampoco podía rebuznar para pedir auxilio porque estaba demasiado lejos de la aldea y nadie le oiría.
Desesperado comenzó a pensar en una solución rápida que pudiera sacarle de aquel apuro. El lobo estaba cada vez más cerca y no le quedaba mucho tiempo.
– ¡Sí, eso es! – pensó el burrito – Fingiré que me he clavado una espina y engañaré al lobo.
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