El león y el lago
Cuento El león y el lago: adaptación de la fábula de Oriente.
Una mañana de muchísimo calor, un hermoso y fuerte león se paseaba por la sabana buscando un lugar donde saciar la sed.
¡Necesitaba beber agua como fuera para no desfallecer!
Durante un buen rato escudriñó a fondo el terreno en busca de una mísera charca, pero todo a su alrededor era un secarral.
También miró detenidamente las hojas de los arbustos por si por ellas se deslizaba alguna gotita de rocío que poder lamer, pero tampoco tuvo suerte.
¡La situación era desesperada! Sentía que la lengua se le pegaba al paladar y no le quedaban fuerzas ni para mantenerse en pie. Desanimado, se alejó de la manada arrastrando las patas por un camino polvoriento sin saber muy bien a donde dirigirse.
Estaba a punto de desmayarse de puro agotamiento, cuando tras unos matorrales descubrió un lago que jamás había visto. Su superficie era cristalina y parecía un enorme espejo bajo el achicharrante sol.
– ¡Vaya, qué bien! ¡Cuánta agua hay en este lugar! ¡Al fin podré beber!
Aceleró el paso, se acercó a la orilla, y cuando agachó la cabeza…
– ¡Ahhhh! ¡Ahhhh!
¡Qué susto se llevó! ¡Un enorme felino de largos bigotes y tupida melena le miraba fijamente desde el fondo de las aguas! Lógicamente era su reflejo, pero el león no se dio cuenta de ello. Su reacción inmediata fue echarse hacia atrás de un salto mientras el corazón le palpitaba a mil por hora. El pobre tardó un buen rato en recuperar la calma y en respirar con normalidad. Después, reflexionó:
– No conozco a ese león, pero debe ser el dueño de esta zona… ¡No quiero meterme en problemas así que lo mejor será que me largue de aquí!
Sí, eso pensó, pero al final no se fue a ninguna parte. La curiosidad y la sed eran tan grandes, que prefirió sentarse pacientemente a esperar a que el león saliera a la superficie. Pasaron diez minutos y comprobó que allí no había más ser vivo que un saltamontes muy pesado empeñado en subirse una y otra vez a su nariz.
Decidió aproximarse de nuevo a la orilla. Con mucha cautela se asomó al agua y…
– ¡Ahhhh! ¡Ahhhh!
¡El león volvió a aparecer frente a él! Pegó un brinco y sus pelos se erizaron como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Asustadísimo, se dijo a sí mismo:
– ¡Oh, no! El dueño del lago sigue ahí y parece que quiere amedrentarme ¿Qué puedo hacer?… ¡Si yo sólo quiero dar unos cuantos tragos!
Resignado, se tumbó bajo la sombra de una acacia dejando pasar el tiempo. La sed y el calor le agobiaban tanto que retomó la idea de acercarse al lago, pero esta vez poniendo en práctica un ingenioso plan: ¡Sería él quien asustaría a ese extraño león acuático!
Estiró el cuello, respiró profundo, y al llegar a la orilla abrió la boca y soltó un rugido de esos que hacen temblar hasta a los elefantes.
Para su sorpresa, la fiera del agua también rugió y le enseñó unos colmillos afilados como cuchillas.
– ¡Ahhhh! ¡Socorro!
De la impresión, cayó hacia atrás y se dio un coscorrón de campeonato. Dolorido y medio cojeando, se levantó despacito para no marearse y juró poner punto final a esa extraña situación.
¡Estaba más que harto! No sabía quién era el león que vivía en el lago ni qué intenciones tenía, pero sólo le quedaba una opción: armarse de valor y mojar la lengua porque ya no podía soportarlo más. O se arriesgaba, o se deshidrataría de un momento a otro.
Resoplando, miró fijamente a los ojos a su enemigo y no se lo pensó dos veces: metió la cabeza en el agua y la imagen del león se difuminó y desapareció.
El sediento animal bebió y bebió hasta la saciedad, notando el maravilloso frescor del agua resbalando por su cara. Fue entonces cuando se percató de que allí no había ningún otro león ¡Sólo se trataba de su propio reflejo!
Pasada la sensación de peligro comenzó a reírse de sí mismo, pero también se sintió muy orgulloso por haber conseguido vencer sus ridículos temores. Todavía sonriendo, regresó junto a los suyos sintiéndose muy, muy feliz.
Moraleja: Esta fábula nos enseña que, a veces, durante nuestra vida, sentimos miedos totalmente infundados. Ante estos casos, lo mejor es reflexionar e intentar vencer el temor que nos impide alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto.