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La compra del asno

Fabula Compra Asno
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Cuento La compra del asno: adaptación de la fábula de Tomás de Iriarte.

 

Esta es la historia de un chico que vivía sólo y no tenía más remedio que buscarse la vida por sí mismo.

Siempre andaba necesitado de dinero y utilizaba todas las argucias que se le ocurrían para conseguirlo. Si no utilizaba su imaginación, estaba acabado.

Un día, abrió la despensa y la encontró vacía. Se echó las manos a los bolsillos y en ellos no había nada más que un roto por el que se colaban los dedos.

Desesperado, buscó por toda la casa algo para vender en el pueblo y ganar unas monedas, pero casi no le quedaban objetos de valor.

La única solución que se le ocurrió, fue deshacerse de su viejo y desnutrido burro. Salió de la casa y se dirigió al cercado donde el  descansaba el animal. El pobre ya sólo tenía fuerzas para perseguir moscas con la mirada y dar unas vueltas de vez en cuando. Era muy mayor y no estaba para muchos trotes.

– Querido amigo, eres mi única compañía, pero tengo que venderte ¡No me queda otra opción! Te encontraré nuevo dueño que cuide de ti, no te preocupes.

Para sus adentros, el joven pensaba que poco dinero iba a conseguir a cambio de un borrico tan flaco y arrugado.

– Con lo que saque por la venta, no tendré ni para comer dos días. He de pensar algo… Uhm… ¡Sí, ya lo tengo, qué buena idea! Lo vestiré con hermosas telas y hasta le pondré cascabeles para que llame la atención. Haré que parezca un burro joven y distinguido.

El espabilado muchacho se puso manos a la obra. Buscó entre los baúles que tenía en su habitación antiguas colchas doradas que habían pertenecido a su madre. Con ellas, cubrió el lomo del anciano borrico y tapó las calvas de su pelaje. Después,  adornó  su cabeza con flecos de seda roja y amarilla que encontró en un cajón, y colgó cascabeles rodeando su cuello. Sobre la montura colocó un cojín de terciopelo  y le ató un enorme lazo en la cola.

¡Cuando terminó, el burro parecía otro! Así de engalanado lo llevó a la plaza del pueblo para que fuera admirado por todos. Como había imaginado, enseguida apareció un comprador, pues borrico más elegante no lo había en toda la región.

– ¡Eh, chaval! ¿Eres tú el dueño de ese precioso asno?

– Sí, señor… Yo soy.

– Me gustaría comprarlo. Te doy diez monedas de plata por él.

¡El chico estaba entusiasmado! Era una buena cantidad por un burro que ya no podía trabajar y se pasaba el día bostezando, pero disimuló como pudo y se hizo de rogar para obtener más beneficio.

– Lo siento… No está en venta.

El hombre, fascinado por ese animal con tan buen porte y más reluciente que el sol, no quería dejar escapar la ocasión de quedarse con él.

– Está bien… ¡Doce monedas de plata! ¿Trato hecho?

– En fin… Me cuesta mucho desprenderme de este burro ¡Como puede ver usted, es una joya!… ¡Si me da quince monedas, es suyo para siempre!

– ¡Acepto! ¡Acepto!

Se estrecharon la mano para firmar el acuerdo y el muchacho se guardó las quince monedas a buen recaudo en el saquito que colgaba de su raído pantalón. Mientras el comprador rodeaba al burro para admirarlo, el joven se alejó y desapareció por el camino del bosque.

¡Estaba feliz! ¡Ni en sus mejores sueños había imaginado obtener  tanto dinero por un burro maltrecho y tan poquita cosa! ¡El plan había salido tal y como lo había ideado!

El inocente caballero, encantado con la compra que había hecho, agarró las riendas y bajó por la calle principal. Casualmente, se encontró con un conocido.

– ¿Has visto qué maravilla de burro tengo? ¡He pagado quince monedas de plata por él, pero ha merecido la pena!

– ¿Estás seguro, amigo?… Vamos a comprobar si es verdad que tiene tan buen cuerpo como vestido.

Entre los dos, empezaron a quitarle todo lo que llevaba encima hasta que se quedó desnudo, sin manta dorada, ni flecos de seda, ni cascabeles, ni cojín de terciopelo. Lo que descubrieron, fue un animal escuálido de pelo sucio, medio desdentado y con un aliento bastante fétido. El pobre comprador se llevó un chasco enorme y sólo pudo exclamar:

– ¡Yo sí que he sido un borrico por dejarme impresionar por los adornos postizos!

Moraleja: No debemos dejarnos impresionar por las apariencias de las cosas, porque muchas veces ocultan una realidad que no es tan bonita.